Hace 38 años, fueron asesinados más de 3 mil palestinos que vivían en los campos de refugiados de Sabra y Shatila. El ala derecha del grupo miliciano libanés denominado “La Falange Cristiana” con la complicidad del ejército israelí, comandado por Ariel Sharon, perpetraron esta masacre, que hasta el día de hoy permanece impune.
El 16 de setiembre de 1982, el ejército israelí tenía cercados los campos de refugiados de Sabra y Shatila ubicados en el Líbano. Días antes, Ariel Sharon había ocupado Beirut, la capital libanesa y tomado el control territorial, sin embargo, permitió la actuación del grupo miliciano antipalestino de La Falange, que durante 3 días asoló Sabra y Shatila, masacrando a los refugiados.
Algunos testimonios señalan que durante las noches de la masacre, el ejército israelí disparaba bengalas para iluminar los refugios, que se habían convertido en campos de exterminio.
Al cabo de 3 días, culminada la masacre, el ejército israelí suministró excavadoras para las fosas comunes.
En 1983, la Comisión Kahana de Israel concluyó que Ariel Sharon, el ministro de Defensa israelí en ese momento, tenía “responsabilidad personal” por la matanza de civiles palestinos.
La masacre de Sabra y Chatila fue una consecuencia directa de la violación por Israel del alto el fuego negociado por Estados Unidos y de la impunidad otorgada a Israel por Estados Unidos y la comunidad internacional.
En la actualidad
Una cuarta generación está creciendo ahora en los miserables campos de refugiados del Líbano. En Sabra y Shatila, la mayoría de los espacios habitables constan de dos habitaciones muy pequeñas: un dormitorio, donde duerme toda la familia, y una especie de sala de estar. No hay ventilación y apenas hay electricidad. La mayoría de las familias usan iluminación a batería. Está prohibido beber agua del grifo, ya que está llena de bacterias y es muy salada; en realidad, corroe las tuberías. Hay malas condiciones sanitarias. Los medicamentos para todas las enfermedades son escasos.
Los callejones estrechos, algunos con aguas residuales, atraviesan los campamentos. Cuando llueve, estos pequeños senderos se embarran. Los cables eléctricos cuelgan de las viviendas. Los hombres jóvenes conectan y vuelven a conectar cables; de vez en cuando, alguien se electrocuta. Los malos olores emanan de esas condiciones de hacinamiento. La enfermedad es rampante. Los refugiados palestinos en el Líbano anhelan regresar del exilio a la patria de la que fueron expulsados, pero Israel no les permite hacerlo, simplemente porque no son judíos.
La masacre de Sabra y Shatila, así como otras masacres contra el pueblo palestino, han quedado impunes por la comunidad internacional.
(Con información y fotos de la Agencia de Noticias WAFA y dayofpalestine.com)